¿Por qué es difícil seleccionar y entrenar un perro de terapia?
Parte I
10/07/2020
10/07/2020
Director del Máster en Intervención Asistida con Animales de la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Andalucía.
Master en Aplicaciones del Perro a la Terapéutica Humana. Entrenador y guía de perros de Terapia.
Director Técnico de Perruneando
Con este sugerente título se pretende poner de manifiesto una de las cuestiones quizá clave en la selección y entrenamiento de un perro de terapia. Efectivamente, es una pregunta compleja de responder, pero habitual en los equipos que realizan su trabajo junto a estos perros. De hecho, esta dificultad es algo que, quienes nos dedicamos a formar a futuros profesionales de las Intervenciones Asistidas con Perros, intentamos transmitir en cada formación. Es habitual que nos interroguen a los formadores con preguntas similares a estas: ¿cualquier perro “vale” para participar en programas de Terapias Asistidas? ¿Debe ser de una raza específica? ¿con qué edad pueden comenzar a trabajar? ¿son “válidos” los perros procedentes de refugio?
Como decimos, hablar sobre la selección y formación de un perro de terapia es complicado. Pero no por una cuestión técnica, si no por una cuestión de respeto al animal con quien vamos a compartir trabajo a diario. Personalmente, siempre ofrezco una respuesta como antesala de aquello que hoy nos ocupa: la selección y el entrenamiento. Y esa respuesta es esta: Para saber sobre cómo entrenar o cómo seleccionar un perro, lo fundamental es saber de perros. Y esto, ¿qué quiere decir? Significa que, cuanto más sepamos sobre la etología de este maravilloso animal, sobre sus capacidades cognitivas y emocionales relacionadas con el aprendizaje y sus procesos asociados, así como de su desarrollo neurológico; mejor respuesta seremos capaces de dar a nuestra necesidad de selección y formación.
Suelo comenzar mis clases sobre perros preguntando a mi audiencia qué sabe sobre el perro.
Os voy a pedir que hagáis ese breve ejercicio mental antes de continuar con la lectura… Bien, si ya lo habéis hecho, estoy seguro que a muchos de vosotros se le habrán venido a la cabeza datos como que: el perro desciende del lobo, que fue “domesticado” por el ser humano (¿seguro? os recomiendo leer a Brian Hare al respecto) hace miles de años -según Orhan Yilmaz (2017) hace 17000-15000 años en, al menos, tres entornos geográficos diferenciados. También habréis pensado en su nombre científico canis lupus familiaris. Un animal que lleva una dieta fundamentalmente carnívora, pero no estricta. Hay debates sobre ello que nos retrotraen a la fisonomía de su mandíbula (Van Valkenburgh, 1989) o que indican la evidencia de que el perro actual se alimenta (y digiere) otros alimentos de origen no animal – y que así llevan haciéndolo miles de años, tantos como de relación con el ser humano-.
En este punto, habrá otras personas que, por vuestra formación y vuestra experiencia previa, hayáis pensado en respuestas también relacionadas con las capacidades del perro a la hora de aprender. Quienes tengáis una formación de corte más conductista, pensaréis que el perro es capaz de aprender conductas sencillas y complejas a través del refuerzo positivo (de manera preferente), desechando otras relacionadas con el castigo positivo. La ciencia os da la razón, según Ziv (2017), los perros entrenados con refuerzo positivo obtienen mejores resultados que los entrenados mediante aversivos. Otras personas, con una formación más de corte cognitivista, hablarán de sistemas como el “Do as I do”. En este caso, la ciencia (Fugazza, 2015) dice que este sistema de trabajo es más eficiente aún que el moldeado con clícker (Fugazza wins). Por otra parte, podemos considerar la tetradimensionalidad del comportamiento: física, social, mental y emocional; corriente inspirada en Carlos Alfonso López (López-García, 2017) y su modelo cognitivo-emocional. Quienes nos adscribimos a esta última corriente, además de los principios del condicionamiento operante, tratamos de incluir en nuestra receta de entrenamiento otros aspectos interconectados en cada una de esas áreas donde lo más importante no es el resultado final, la conducta; sino los procesos y el cómo se ha llegado hasta dicha conducta.
Bien, no extenderemos más nuestro ejercicio mental. Ahora, hagamos funcional el conocimiento. Os dije unas líneas antes, que saber de perros os serviría para ayudaros a entender el proceso de selección y entrenamiento de un perro de intervención. Intentémoslo. Damos por hecho que un perro es un buen animal para introducir en un aula de un colegio de infantil y primaria, en una ala de un hospital pediátrico, o en un centro ocupacional. Pero, ¿por qué?
En este blog, y en muchas otras publicaciones, se ha hablado de los innumerables beneficios para las personas (y también para los perros) que se derivan de las interacciones humano-animal. Recordemos que, cuando se hacen de manera planificada, entonces se llaman intervenciones asistidas con animales. Pero, ¿realmente hay alguna razón científica que nos indique que son adecuados por el mero hecho de ser perros? Lamentablemente, no hay un estudio que relaciones características naturales de esta especie con la idoneidad para el trabajo en IAA; pero sí podemos relacionar información que puede llevarnos a pensar eso.
Por un lado, se habla frecuentemente de la coordenada social como una de las más importantes dentro de la etología del perro. Que este animal es capaz de entablar relaciones sociales con individuos de su misma especie y con los de otras, es una evidencia. Sin embargo, hay aspectos de esta coordenada que nos ayudan a comprender la idoneidad de los perros como animales de terapia. Por ejemplo, la inteligencia social. Este tipo de inteligencia fue definida por Daniel Goleman “como una aptitud que no solo implica conocer el funcionamiento de las relaciones, sino también comportarse inteligentemente en ellas”.
A buen seguro que muchos de vosotros contestaréis afirmativamente a estas preguntas: ¿sabéis identificar cuándo los perros con los que convivís quieren comer, jugar, salir a la calle, recibir cariño…? Si habéis dicho que sí, y habréis sido una mayoría, estáis ante la evidencia de que el perro conoce el funcionamiento de las relaciones sociales y es capaz de comportarse de manera inteligente en ellas. ¡Y no le hace falta lenguaje oral o escrito!
Diferentes estudios, muchos de ellos liderados por The Family Dog Project de la Universidad Eotvos Lorand de Budapest en Hungría y del Instituto Max Plank de Leipzig, han determinado que los perros tienen la capacidad de seguir señales deísticas y descifrar la intención comunicativa (Kamisnki, 2009), la adquisión de habilidades sociales derivadas de la interacción con los humanos (Kaminsky, 2008) o el reciente estudio en el que se demuestra que los perros de terapia son mejores resolviendo ciertas tareas que los perros de familia (Carballo, 2020). Otros aspectos interesantes tienen que ver con la habilidad de los perros a la hora de mirar a los humanos y la influencia de la oxitocina, por ejemplo (Kis, 2017).
Estos y otros estudios nos confirman varias cosas importantes en el desarrollo de las intervenciones asistidas con perros. La relación entre ambas especies está mediada por la intervención de la oxitocina por lo que podría existir un potencial beneficio bidireccional para ambas partes. Los perros son capaces de interpretar de manera adecuada diferentes señales sociales de los seres humanos y, además, tienen la capacidad de aprender comandos y asociarlos a objetos y/o acciones; lo que determina que es una especie adecuada para poder trabajar de manera coordinada dentro de una sesión cuando le señalamos para que nos acompañe en una dirección o para realizar algún ejercicio. Asimismo, ofrecen una intención comunicativa que puede ser interpretada de manera adecuada, por lo que los perros pueden ayudarnos a aprender de ellos mismos a través de su comunicación (fundamentalmente, no verbal) y, por supuesto; para hacernos llegar información sobre su estado de bienestar fundamental para establecer un correcto trabajo en IAA.
O Necesidad de tener infancias prolongadas para poder llegar a ser un adulto competente en todos los aspectos. Sabemos que existen una serie de fases en el desarrollo sensorial descritas en los años 90 por Joel Dehasse y que nos indican los momentos más sensibles de dicho desarrollo. Así pues, estas fases deben ser tenidas en cuentas a la hora de establecer, por ejemplo; programas de estimulación temprana o de socialización. Existen diferentes estudios que nos indican una correlación entre una menor aparición de problemas de conducta en etapa adulta con programas de entrenamiento en etapas infantiles y juveniles (Kurachi, 2019) (Foyer, 2014) son algún ejemplo de ello. Así pues, esta plasticidad del cerebro en estas fases del desarrollo del perro, también es un buen argumento pues nos indica que el perro tiene una alta capacidad de aprendizaje en estas edades, lo que puede ser aprovechado (en el caso de que optemos por adoptar un cachorro) para comenzar de manera temprana con su entrenamiento.
La neotenia es la conservación de caracteres juveniles incluso en etapa adulta. Como digo, esta característica puede entenderse desde un punto de vista conductual: razas más neoténicas y, por tanto, más predispuestas al juego incluso en edad adulta, frente a aquellas menos neoténicas. En este sentido la clasificación más usada es la que idearon los Coppinger (1982) en su libro sobre etología del perro en la que, de manera visual, se puede ver cómo se clasifican los perros en función de esta característica.
Lorna y Raymond Coppinger desarrollaron una clasificación de las diferentes razas de perros basadas en el aspecto físico de los individuos adultos y su grado de parecido con un cachorro canino. Esta categorización supone que un mayor parecido de un individuo adulto respecto a un cachorro, indica un desarrollo más “infantilizado”. En este sentido, las razas braquicéfalas: Bóxer, Carlino, Bulldog Francés, etc se considerarían dentro de esta categoría. En el extremo opuesto estaría los que tendrían un parecido similar a los cánidos salvajes que indicarían una menor conservación de caracteres juveniles. Entre estas razas poco neoténicas estarían todas las nórdicas, por ejemplo. Así pues, parece que morfología y carácter podrían estar relacionados a nivel genético.
Según datos recogidos en 2015 para una investigación del departamento de Psicología de la Universidad de Jaén (no publicado); para una muestra de 64 perros de una cincuentena de entidades de Intervención Asistida con Animales de España, se encontró que un 66% de los individuos involucrados en programas de IAA en el país eran o bien de raza Labrador Retriever, o bien Golden Retriever. De lejos quedan los mestizos 18%, y otras razas: Pastor Alemán, Bóxer, Caniche, etc que suman un 10% quedando el galgo en último lugar con un 2% de la muestra estudiada. Esto nos hace concluir que el perfil más introducido estaría en un escalafón medio en cuanto a la Neotenia “Object players” según la figura adjunta (Coppinger L. y Coppinger R., 1982). Esto es un dato objetivo, pero no quiere decir que esos perros sean los mejores, sino los que se habían introducido con más frecuencia hasta esa fecha.
Así pues, si pudiésemos replicar ese estudio de nuevo en 2020, estoy seguro que los datos serían significativamente diferentes. Objetivamente, existe un número alto de retrievers que, por sus cualidades, son introducidos en programas de intervenciones asistidas con perros, pero esto también puede tener que ver con que, en los años 2000 y hasta hace no mucho, la principal indicación en la selección del perro de intervención tenía que ver con decantarse por un Golden Retriever o por un Labrador Retriever si realmente querías tener éxito en esto de las Intervenciones Asistidas con Perros. No obstante, ¿hasta qué punto la raza influye y no el individuo? No tenemos datos; pero lo que sí sabemos es que, actualmente, hay equipos en los que trabajan decenas de variedades de cruces, borders collie, galgos, dobermans, labradores, goldens, perros de agua, etc y lo hacen de manera eficiente en todos los términos.
Por último, podríamos hablar de la manida, aunque no menos importante, cuestión de la jerarquía. Existen diferentes enfoques y estudios que sustentan cada uno de esos acercamientos. Si hablamos de una jerarquía lineal en la que un macho alfa domina a un beta y así sucesivamente; encontramos el estudio de Schindler, 2014 en el que recoge diferentes ejemplos que confirmarían este modelo de jerarquía estricta. Quizá el más conocido por su cercanía en un entorno cultural y geográfico sea el de Cafazzo, 2010. No obstante, la mayor parte de nuevas investigaciones realizadas tanto con lobos como con perros, estiman que la cuestión jerárquica, más que una característica específica del cánido, sirve más bien para medir la calidad de las relaciones sociales, y estaría encardinada dentro de la dimensión social del comportamiento (Bradshaw et al., 2009). Este autor señala que el perro, en un entorno normalizado de acceso a recursos, seguiría una estructura de relación social similar a la de la mayor parte de vertebrados (Sapolsky, 2005) que en la figura que se adjunta sería tanto el modelo B como el D, en los cuales el establecimiento de relaciones jerárquicas no es lineal sino circular y cruzada respectivamente.
(Bradshaw et al., 2009)
En términos de utilidad para la Intervención Asistida con Perros, lo más relevante de la cuestión jerárquica nos reconduce a la dimensión social del perro pues, como hemos dicho anteriormente, la jerarquía puede servir para testar la calidad de relación intragrupal de las relaciones sociales teniendo que ver, especialmente, con la capacidad de comunicación interespecífica. En este sentido, es imprescindible que la parte humana del binomio obtenga de manera natural, sin necesidad de ejercer una agresión formal hacia el perro, el liderazgo que debe tener para poder coordinarse de manera eficiente con el perro tanto dentro como fuera de sesión. Esto implica, inevitablemente, tanto establecer un código de comunicación funcional como trabajar desde un vínculo seguro con el perro que permita evitar problemas de relación social.
Hemos visto que el perro es un valioso compañero para las intervenciones asistidas con animales dadas sus características naturales y etológicas. No deberíamos darlo por hecho. Al menos, quienes nos dedicamos profesionalmente a ello, además de considerar la idoneidad de introducir este animal en contextos terapéuticos, socio-educativos y/o de ocio por los potenciales beneficios que se derivan de la interacción, también deberíamos saber que existen una serie de razones que lo hacen ideal y que tienen que ver con cómo es el perro como especie. No desnaturalizar al perro en su relación con los seres humanos, probablemente, sea una gran estrategia para afrontar los trabajos profesionales de intervenciones asistidas con perros.
Dicho lo anterior, avancemos en el tema que nos atañe la selección y entrenamiento del perro de intervención. Ya sabemos por qué motivo introducimos un perro en estos saraos de la conocida inicialmente como Terapia Asistida con Perros, ahora veremos cómo hacerlo. Partimos de la base de que no existen modelos de selección testados científicamente, al menos, no de una manera integral. Es cierto que podemos encontrar pruebas de evaluación, pero dichas pruebas no hablan de cómo realizar la selección y el entrenamiento, sino que finalmente testan a los posibles candidatos a perro de terapia. Así pues, todo lo que váis a leer aquí es una propuesta desarrollada desde Perruneando y que, en ningún caso, supone una verdad absoluta. Incluso, con el paso de los años, se verá necesariamente modificada con la aparición de nuevo conocimiento científico que sustente dichos cambios.
Desde nuestro punto de vista, la selección y entrenamiento de un perro de terapia se divide en cuatro fases: Preselección; Entrenamiento Previo; Evaluación y Entrenamiento específico. Y, ¿por qué lo hacemos así? Por que entendemos que es una manera sencilla de establecer hitos en este proceso que se inicia en el momento en el que nos planteamos que queremos introducir un perro para que trabaje de manera profesional en este ámbito.
Señalar el comienzo es algo evidente, pero tiene una importancia crucial que en determinadas ocasiones no se tiene en cuenta y es que, el animal no elige hacer intervenciones asistidas con perro. El animal no se levanta una mañana y decide: ¡hoy vamos a ir a un centro de mayores a repartir cariño! Eso lo decidimos nosotros, los profesionales encargados de esos proyectos, por ellos. Y es por esta razón por la cual debemos extremar aún más las precauciones y saber que, ya que ellos no deciden realizar este trabajo; al menos debemos propiciar que sea de su agrado. Para ello; es fundamental que el perro quiera, y le guste, interaccionar con las personas de manera natural. Este trabajo se basa en las interacciones humano-perro; si seleccionamos animales a los que nos les gusta dicha interacción lo que estamos haciendo es fastidiarle la vida. Otra cosa diferente es que en programas concretos de Intervenciones Asistidas se tenga por objetivo rehabilitar a perros cuya relación con los humanas esté afectada por alguna razón; pero ese es otro tema que sería interesante tratar de manera independiente a este que hoy nos ocupa.
Así pues, parece este un buen punto de partida. Si hemos decidido introducir un nuevo compañero canino; deberíamos buscar alguno con esa tendencia natural a interaccionar con personas de manera positiva. Esto pone el foco de la preselección y la selección no en las personas: en los potenciales beneficios que un perro puede aportarnos sino en cómo el animal siente (Merkwelt) y cómo se desenvuelve en su entorno (Wirkwelt). Esto está basado en un concepto de etología clásica que se llama Umwelt y que desarrolló Jakob von Uexküll en el siglo pasado. Ponernos en el lugar del animal para proteger y promocionar su bienestar; ese es nuestro kilómetro 0 en la preselección.
Es la fase del trabajo en la que nuestra conclusión debería ser: “creo que este perro podría ser apropiado para trabajar en intervenciones asistidas con animales”. Dicho de otra manera, es la fase en la que determinamos el potencial de un individuo como posible candidato a perro de terapia.
La preselección está marcada por esa meta que sería elegir a un posible candidato que denominaremos: perro potencialmente apto. Y en este punto de partida, siempre digo lo mismo: no todos los perros son válidos por el hecho de ser perros. Y esto, más que como una limitación, hay que tomarlo como una protección para el animal. Dice mi buen amigo y compañero Willy de Entrecanes con cierto humor y sin ningún afán científico, que lo peor que le puede pasar a un perro es ser perro de asistencia, y lo segundo peor, perro de terapia. Sin embargo, no le falta cierta razón dado que el trabajo que se espera de ellos implica: un buen estado físico (ojo a los sobrepesos), niveles de concentración medios y altos, saber gestionar situaciones a nivel emocional en cuanto a entornos y personas, establecer relaciones positivas con multitud de extraños… Así pues, cualquier perro simpático, con cierta facilidad para las relaciones sociales, efectivamente, podría ser un buen candidato; pero miremos más allá de las caricias y el juego.
¿cachorro o adulto?
En la preselección debemos decidir (o al menos, tener en cuenta) si queremos introducir en el equipo a un cachorro o a un adulto. Esto es relevante porque, en función de la edad del perro que queremos preseleccionar tendremos una serie de ventajas y limitaciones. De hecho, las ventajas que obtenemos al elegir un perro cachorro suelen ser los inconvenientes de elegir a un individuo adulto y viceversa. En cuanto a la raza, es totalmente irrelevante cuando nos decantemos por perros mayores de 2 años y puede tener cierta influencia cuando hablamos de cachorros (preseleccionados de una camada o con pocos meses de edad). ¿Por qué es irrelevante en candidatos adultos? Porque el carácter del perro, el desarrollo de su “personalidad” es casi total entre los 2 y los 3 años de edad. Recientes hallazgos nos permiten conocer con cierta exactitud la correspondencia entre la edad del perro y la de un humano (Wang, 2020) un perro con 2 años de edad equivaldría en su desarrollo biológico al de un humano de aproximadamente 40 años. De hecho, las pruebas de evaluación del carácter no son fiables antes de los 18 meses (Young, 1989) y así recoge también Hvodzik en 2003 en su estudio sobre el famoso (e inútil) Test de Campbell en el que indica, además de la falta de correlación entre los resultados obtenidos en cachorros e individuos de 16 meses citada por Young, una discrepancia acusada entre los puntajes obtenidos por el cachorro cuando es testado en solitario y cuando es testado en su camada. Así pues, cuando hablamos de la preselección del cachorro, no existen herramientas objetivas que predigan cuál será el carácter del perro en edad adulta ya que el desarrollo del perro tiene que ver también con la epigenética o expresión de determinados caracteres en función del ambiente.
Y, si la raza es irrelevante en el caso de los adultos, ¿por qué sí puede resultar relevante en el caso de los cachorros? Porque en este caso, la filogenia o desarrollo genético como raza sí nos puede dar pistas sobre la aparición de determinados comportamientos con más frecuencia. Existen rasgos marcados por la propia selección de la raza. En este sentido, podríamos acudir a la propia evidencia que tiene que ver con la selección de razas establecida en función del trabajo que desempeña esa raza de perro dentro de un grupo social. Por ejemplo, en el Reino Unido es frecuente encontrar individuos de la raza Border Collie como perros de pastoreo. En España (sin entrar en debates éticos) es fácil encontrar a mastines para la guarda de campos y propiedades o al podenco, en sus diferentes razas, o el galgo como perros presentes en la caza. Y esto sucede así ¿por tradición o por qué efectivamente hay una serie de características físicas, metales y sociales que determinan que estos perros realicen este tipo de trabajo? Posiblemente, la explicación más plausible (ya digo, sin entrar en debates ético) sea la segunda. Si hacemos caso a los experimentos iniciados por Dmitry Beliáyev y recogidos por Trut, 1999; sobre selección del zorro plateado en Siberia; veremos que la selección y cruce intencionado de caracteres conductuales, en este caso, relacionados con una mayor sociabilidad, menor timidez, más capacidad de juego, etc provocó la aparición de individuos similares a un perro (en términos globales, más sociales). Así pues, es plausible determinar que, si existen razas cuyos individuos adultos son con frecuencia sociables con personas (y han sido seleccionados intencionadamente o no por ello) es probable, que un cachorro de dicha raza que tenga un desarrollo normal pueda ser, con gran probabilidad, un individuo con una alta tendencia a ofrecer comportamientos afectivos hacia personas (entendiendo por normal, una ausencia de eventos traumáticos o no que rompan con el desarrollo común de un perro de esas características).
Asimismo, Duffy et al., 2008 realizaron un estudio con más de 3000 perros de diferentes razas para valorar la tendencia a la agresividad de las razas más comunes de los Estados Unidos hacia extraños, propietarios y hacia otros perros. Estos resultados, indican que sí hay diferencias significativas tanto en la prevalencia como en la gravedad de la agresividad en función de las diferentes razas. Así, sobre la muestra indicada y en el contexto social y genético estadounidense, se encontró que, en general, las razas de talla pequeña tienen una mayor tendencia a la agresión que las razas de mayor tamaño, si bien la gravedad de los ataques es mayor en estos últimos, lógicamente.
En cualquier caso, tanto el conocimiento relativo al desarrollo de un cachorro como de un adulto y sus implicaciones derivadas de la raza y edad en el carácter, implican conocimiento; pero no seguridad. Es decir, a la pregunta ¿un cachorro de Golden Retriever será un buen perro de terapia en el futuro? La respuesta más honesta es: No lo sabemos. De hecho, la respuesta cambiaría si la pregunta nos la hiciésemos con una edad de 18 meses. Ahí, probablemente, tanto si fuese un Golden como cualquier otro perro, ya podríamos dar una respuesta más fiable. No obstante, pensemos que estamos en la parte de preselección, es decir, estamos buscando individuos potencialmente aptos; no hemos decidido aun si van a ser o no; pero necesitamos decidir quiénes serán esos potenciales candidatos. Veamos, en líneas generales cuáles son las ventajas e inconvenientes de realizar una preselección de un cachorro frente a un adulto.
Cachorros. Ventajas:
Inconvenientes:
En cuanto a los individuos adultos deberíamos, siempre que sea posible, disponer de un historial de comportamiento que incida en posibles casos anteriores de agresión hacia personas y/o perros.
Ventajas:
Inconvenientes:
Así pues, una vez determinemos si preferimos trabajar con un individuo adulto o un cachorro, donde hay que tener en cuenta que un cachorro no debería comenzar a trabajar hasta los 12 ó 18 meses cómo mínimo; elegiremos partiendo de la base indicada de preseleccionar un perro con tendencia a tener interacciones positivas y frecuentes hacia las personas. En un adulto esto es evidente, no tanto en un cachorro. La información es poder, y en este texto hemos intentado daros muchas pistas que os ayuden a tomar una mejor decisión en base a conocimientos sólidos y consistentes que permitan crear un criterio técnico sostenido en el bienestar del perro.
A partir de aquí, comenzaremos con la siguiente fase, la del entrenamiento previo. ¿Por qué entrenar previamente a un posible candidato si no estamos seguros que finalmente vaya a superar una evaluación como perro de terapia?… la respuesta a esta y otras preguntas en el próximo #viernesdeblog
Bibliografía:
Bradshaw J. W. S., Blackwell E. J. y Casey R. A. (2009). Dominance in domestic dogs—useful construct or bad habit? Journal of Veterinary Behavior: Clinical Applications and Research. 4(3). 135-144. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jveb.2008.08.004
Bradshaw J. W.S., Pullen A. J. y Rooney N. J. (2015). Why do adult dogs ‘play’? Behavioural processes. 110. 82-87. DOI: https://doi.org/10.1016/j.beproc.2014.09.023
Dehasse J. (1994). Sensory, Emotional and Social Development of the Young Dog. The Bulletin for veterinary Clinical Ethology. 2(1-2). 6-29.
Duffy D. L., Hsu Y. y Serpell J. A. (2008). Breed differences in canine aggression. Applied Animal Behaviour Science. 114. 441–460. DOI: 10.1016/j.applanim.2008.04.006.
Kaminski J, Bräuer J., Call J. y Tomasello M. (2009). Domestic dogs are sensitive to a human’s perspective. Behaviour. 146. 979-998. DOI:10.1163/156853908X395530
Kaminski J., Call J. y Fischer, J. (2004). Word Learning in a Domestic Dog: Evidence for “Fast Mapping”. Science. 304.1682-1683.
Kaminski J., Tempelmann S., Call J. y Tomasello, M. (2009). Domestic dogs comprehend human communication with iconic signs. Developmental Science 12(6). 831-7. DOI: 10.1111/j.1467-7687.2009.00815.x
Schilder M. B. H., Vinke C. M. y Van der Borg J. A. M. (2014). Dominance in domestic dogs revisited: Useful habit and useful construct? Journal of Veterinary Behavior: Clinical Applications and Research. 9(4). 184-191. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jveb.2014.04.005
Tomasello M. y Kaminski J. (2009). Like Infant, like dog. Science. 325. 1213-1214. DOI: 10.1126/science.1179670
Trut L. N. (1999). Early Canid Domestication: The Farm-Fox Experiment. American Scientist. 87. 160-169.
Van Valkenburgh B. (1989) Carnivore Dental Adaptations and Diet: A Study of Trophic Diversity within Guilds. Carnivore Behavior, Ecology, and Evolution. (410-411). Springer, Boston, MA: Gittleman J.L. (eds). DOI: https://doi.org/10.1007/978-1-4613-0855-3_16
Yilmaz O. (2017). Controversies of Origin of Domestic Dog – III – References of Modern Dogs until 2006Journal of Agriculture and Veterinary Sciences 4(11). 484-490. DOI: 10.21276/sjavs.2017.4.11.8
Young, M.S., 1988. Puppy selection and evaluation. Dogs: Companions or Nuisances? Werribee Veterinary Clinical Center, 22 8-15.
Ziv F. (2017). The effects of using aversive training methods in dogs—A review. Journal of Veterinary Behavior. Clinical Applications and Research. 19. 50-60. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jveb.2017.02.004