¿Cuál es el perro de terapia “ideal”?
28/02/2020
28/02/2020
Por:
Juan Luis de Castellví Guimerá.
https://mypublicinbox.com/JuanLuisdeCastellvi
Ninguno. Y todos. Primero vamos a ver qué es exactamente un perro de terapia, en qué debe consistir su labor y qué características debemos buscar en ellos para alcanzar los mejores resultados, para el paciente, el perro, el guía y los terapeutas. Por supuesto hay más animales que participan en las terapias, pero en este artículo nos vamos a centrar en los perros.
En nuestro país estamos acostumbrados a ver labradores y “golden retrievers” como perros de terapia, da la impresión de que el requisito imprescindible es la simpatía, un aspecto de “peluche”, o que sea “suavito” para poder jugar con ellos. Pero, ¿son realmente los mejores perros para este trabajo? ¿Es realmente eso lo que hace falta? Primero vamos a empezar por lo más básico, ¿qué es un perro de terapia? ¿qué función tiene? ¿qué objetivos debe alcanzar?
Lo primero es recordar que lo correcto es hablar de perros de intervención, y entre estos está incluido el de actividades asistidas con animales, terapia asistida con animales y educación asistida con animales. A lo largo del artículo lo denominadores perro de intervención, siguiendo la nomenclatura de la IAHAIO (International Association of Human-Animal Interaction Organizations).
En realidad lo correcto es hablar de perro de intervención. Dentro de este concepto estaría el perro de terapia, el perro de educación asistida con animales y luego estaría el perro que participa en actividades asistidas con animales. Los perros de terapia, simplificándolo mucho, son animales destinados a ayudar a trabajar un área determinada con un paciente en proceso de recuperación, o intentar que no siga empeorando en determinadas patologías.
Se pueden llevar a cabo actividades asistidas con animales de terapia. Algunos ejemplos son la visita a la planta de oncología de un hospital o a una residencia de ancianos, por ejemplo. Es algo que rompe la rutina, es divertido, y tiene efectos positivos, siempre que no se tenga ninguna de las contraindicaciones al respecto, como pueden ser alergias severas o fobia a los perros. Varios estudios indican que hay resultados significativos en cuanto a mejoras del humor, de las relaciones sociales, y otros campos. También hay estudios que muestran que el mero hecho de acariciar a un perro disminuye la tensión arterial y la frecuencia cardiaca, con lo que podemos tener otro punto extra para algunos pacientes. También han probado ser útiles en la disminución de los síntomas de la depresión en personas mayores que residen en centros de la tercera edad. En la bibliografía están los estudios referidos, siendo algunos de los más actuales que el autor ha encontrado.
Pero otra cosa diferente es una terapia ASISTIDA con animales. La terapia no es el animal. O no solamente al menos. La terapia la deciden entre muchos especialistas que tienen alguna responsabilidad sobre el tratamiento del paciente: médicos, terapeutas ocupacionales, psicólogos, fisioterapeutas, etc. Cada paciente puede tener unas necesidades diferentes, y hay que programar ejercicios en los que los animales pueden ser una poderosa ayuda. Por ejemplo, si tenemos a una persona mayor con Alzheimer, que empieza a aislarse y no quiere moverse del sillón, se pueden programar ejercicios con el perro que le “obligan” a moverse con un objetivo. Tiene una recompensa en el juego en sí mismo, siempre que le gusten los perros y haya “conectado” con el que “estamos usando”, y se mantiene en forma teniendo que levantarse un rato del sofá. Se pueden hacer ejercicios en los que el paciente tiene que esconder objetos en una zona determinada, y acompañar al perro en la búsqueda de los mismos. De este modo el paciente, o receptor de la terapia (RT), se ejercita física y mentalmente, además de pasar un rato divertido trabajando con el perro asignado. El beneficio no tiene que derivarse exclusivamente de la presencia del perro, se trata de una excusa para que el paciente trabaje. Pero el mero hecho de poder interactuar con los perros ha probado tener un efecto positivo en el bienestar, la ansiedad y el humor. Pero insisto en que la terapia la han decidido los profesionales sanitarios implicados, en colaboración con el guía del perro y la familia del paciente, y/o el propio paciente.
En nuestro país hay pocas organizaciones que hagan un trabajo regulado por organizaciones públicas, pero es un tipo de trabajo con perros que cada vez tiene más demanda, por lo que es importante marcar lo antes posible unas normas, una regulación que indique qué tipo de perro ha de participar, cómo ha de ser el entrenamiento, así como los derechos que deberán disfrutar esos animales, tanto en horario de trabajo como en posibilidad de acceso a lugares públicos, como hospitales, medios de transporte, etc.
¿Qué derechos mínimo deberían tener estos animales, qué tipo de protección? Son bastante célebres en el mundo de la protección animal las “cinco libertades”, a saber, que el animal esté:
Por tanto, los perros destinados a trabajar en intervención, en la ayuda de los humanos, deben tener garantizada una comida y refugio de calidad, un entorno seguro y enriquecedor para un perro. Unos cuidados veterinarios adecuados, y la garantía de no sufrir castigo físico o mental, no sólo por parte de sus guías, sino especialmente garantizar que no sufrirán ningún tipo de abuso por parte de los receptores de las terapias. Por desgracia en ocasiones nos encontraremos con pacientes que, debido a su situación particular, pueden ser agresivos, o tener reacciones inesperadas, si es el caso, no podemos exponer a los perros a ser agredidos en aras de un pretendido “bien superior” de la recuperación de ese paciente. Una cosa es un golpe accidental, y otra que el animal vaya a ser sometido a un maltrato continuo.
De nuevo es importante destacar que la terapia tiene cuatro “patas”, el paciente, el técnico/guía del perro, el perro y los profesionales sanitarios que tratan al paciente. No es “llevar un perro un rato”. Lamentablemente, en España apenas hay regulación alguna respecto a los perros de terapia, al no ser englobados en el epígrafe de “perros de asistencia” salvo en Valencia, hasta donde yo conozco. En dicha norma, que realmente está redactada para los perros de asistencia (perros guía, detectores de ataques epilépticos, etc), prácticamente se equiparan a unos perros con otros, lo cual es positivo en cuanto al uso de espacios públicos. Esta equiparación logra que se pueda aplicar el régimen sancionador que viene recogido en la Ley 12/2003, de 10 de abril, sobre perros de asistencia para personas con discapacidades de la Generalitat Valenciana, así que se garantiza que si alguien le pone pegas al accesos de estos perros a los espacios en los que están autorizados, se podrán aplicar sanciones que van desde 30 hasta 12000 euros. Es una norma avanzada, que impone obligaciones a los responsables de los perros, a su aprobación como perros de intervención, y a cualquiera que ponga impedimentos en su labor. Es un buen comienzo sobre el que podrían trabajar las demás Comunidades Autónomas de España.
Los perros deben ser capaces de realizar ejercicios destinados a trabajar las áreas que hayan decidido los terapeutas del paciente, de modo que el animal debe tener una socialización a prueba de bombas, así como un profundo entrenamiento en obediencia y un extenso entrenamiento en el tipo de ejercicios necesarios para llevarlos a cabo satisfactoriamente. Por lo tanto, hay que encontrar obligatoriamente un equilibrio entre un perro sociable, inteligente y que responda bien al adiestramiento.
Entonces, ¿qué debemos tener en cuenta a la hora de seleccionar a los perros de intervención? Cuando se publicó “Timmy’s in the well: Empathy and prosocial helping in dogs”, un estudio sobre lo que sienten los perros cuando sus dueños demuestran estar en una situación de sufrimiento, hubo un detalle muy llamativo del estudio, y fue que no se encontró ninguna diferencia entre perros de intervención y perros “normales” respecto a su preocupación por los humanos. En dicho trabajo se interpretaba que se debe más a que los exámenes para certificar a perros de terapia están más enfocados a la obediencia que a rasgos relacionados con la empatía.
Quizás habría que añadir que se desarrolla en el contexto americano donde si que hay unos exámenes para poder “ser un perro de terapia”. Y en las conclusiones se da una llamada de atención a las organizaciones que “usan” estos animales para que puedan valorar si deben evaluar la selección de perros de acuerdo con otros requerimientos. Creo que es algo muy relevante y a tener en cuenta. Por supuesto, esto se refiere a un país en el que los perros pasan pruebas estandarizadas para poder prestar servicios como perros de intervención. Dado que en España esto apenas ocurre, es un buen punto de partida, empezar a valorar qué debemos buscar exactamente en los perros que se vayan a destinar a esta labor.
Así que parece claro que hay una condición “extra” que debería ser tenida en cuenta a la hora de seleccionar a un perro de terapia, una sensibilidad especial. Probablemente todos los que hemos trabajado con perros, o al menos convivido con uno, hemos conocido a algunos animales más sensibles que otros. De modo que parece claro que además de lo dicho anteriormente, a saber; socialización, obediencia y buen entrenamiento, habría que sumar “empatía”. O un tipo de empatía “superior”.
Mongillo et al. llevaron a cabo un experimento para comprobar la idoneidad de los perros para su dedicación a terapia, ideando un test en el que participaban animales previamente seleccionados como perros de terapia, así como animales domésticos. El test utilizado fue explicado en un estudio posterior, de él podemos destacar:
“Los criterios que se evaluaron fueron el control sobre el perro, la fiabilidad, la predictibilidad y el comportamiento social o problemático (por problemático se entendería agresividad, miedo o evitación de la interacción). Adicionalmente, los perros fueron sometidos a una sesión simulada de terapia, en los que tenían que enfrentarse a algunos retos por parte del presunto paciente y su cuidador. Esto incluía acciones provocativas, como movimientos inusuales, ruidos, abrazos al perro, palmaditas en la cabeza, agarrar el arnés del perro y distraerse de la sesión. Una vez más, no se vieron grandes diferencias entre perros que ya se usaban para las terapias y animales domésticos. Lo que sí se vio, es que algunos perros que mostraban cierto grado de agresividad o miedo, eran juzgados como válidos para terapia por sus guías”. Glenk, L. M. (2017). Current perspectives on therapy dog welfare in animal-assisted interventions. Animals, 7(2), 7.
Todo ello indicaría un sesgo por parte de los propietarios que sólo se puede evitar con un tribunal objetivo.
Un tipo de evaluación externa, en el que los mínimos sigan el trabajo de Mongillo, además de cumplir los requisitos de buena salud, correcta desparasitación y limpieza, el deseo de interactuar con gente desconocida y la ausencia de comportamientos que puedan poner en peligro al receptor de la terapia, son imprescindibles para poder dedicar a un perro a terapia con ciertas garantías de éxito. Si además encontráramos algún modo de calibrar esa “especial sensibilidad” que tienen algunos perros, sería un plus estupendo.
Cabe añadir que los perros bien cuidados no suponen un riesgo para la salud humana, no mayor que otros que encontramos en el día a día, aunque el titular llamativo era algo como “un señor barbudo está más sucio que tu perro”, la verdad es que en un estudio sobre la higiene en las máquinas de resonancia magnética que se usaban para estudiar a los perros en un hospital, se encontró que estaban más limpias estas que las que se usaban con humanos nada más. Por lo que parece que podemos tranquilizarnos respecto al posible riesgo higiénico sanitario que representa un perro que este correctamente cuidado, limpio y desparasitado en cuanto a su convivencia con humanos y su acceso a centros sanitarios o de cualquier tipo.
En la literatura consultada no se ha encontrado ninguna mención especial hacia la raza de los perros de intervención. El enfoque se basa siempre en estudiar a cada individuo y ponerlo a prueba en base a las características que hemos ido señalando durante el artículo. De hecho, a menudo vemos cómo participan en los programas de terapia perros adoptados de refugios. A priori, lo que suele hacer que los profesionales no se quieran decantar por estos perros es el desconocimiento acerca de su pasado y su socialización, pero si tenemos que llevar a cabo una evaluación personalizada de cada individuo, no será difícil encontrar si el animal es apto o no para el trabajo a desempeñar, mientras cumpla las condiciones mínimas que ya hemos detallado anteriormente.
Por otra parte, el canon estético y/o físico debe ser adaptado a diversas circunstancias. Tenemos clara la necesidad de la existencia de un vínculo entre el animal y la persona que va a recibir la terapia para que las actividades sean fructíferas. Pero esto no se va a lograr siempre con el “perro peluche”. A unos el Golden les parecerá el mejor perro del mundo, pero otros se identificarán más con un perro flacucho, o pequeño. Del mismo modo que los perros tienen que enfrentar distintos retos dependiendo del tipo de trabajo que vayan a hacer, y el que es ideal para una residencia de ancianos puede no serlo tanto para un grupo de adolescentes con TDAH. Este cortometraje, no siendo mi preferido por varias razones, ejemplifica muy bien lo que queremos decir: “The Present”, dirigido por Jacob Frey.
Conclusiones.
La necesidad de regular la titulación y métodos de trabajo de los entrenadores/guías de estos perros, los mínimos necesarios para que un perro pueda ser dedicado a terapia, las condiciones de vida que tendrá, los horarios máximos que trabajará, su cobertura veterinaria, alojamiento, así como la protección de las libertades mínimas que se le reconoce a los animales a nivel internacional, hace imprescindible una ley para perros de trabajo en España, que será el único modo de garantizar un equilibrio entre el bienestar de estos perros y su eficacia en el desempeño de su labor.
Juan Luis de Castellví Guimerá.
Técnico en emergencias sanitarias y gestor de recursos de seguridad de emergencias por la Universidad de las Palmas de Gran Canaria.
Perito Judicial en Adiestramiento y Conducta Canina
Dog Emotion and Cognition Duke University. USA.
Animal Behaviour and Welfare. The University of Edinburgh (UK)
Adiestrador canino profesional por la Asociación Nacional de Adiestradores Caninos Profesionales, ANACP (España)