¿Es lo mismo un perro de asistencia que un perro de intervención?
13/03/2020
13/03/2020
En nuestro contexto cultural, los perros son considerados como animales “de compañía”. Como tales, han ido ganando cada vez más espacios en la vida compartida junto a la especie humana. A su vez cada día se conocen y se reconoce más que tienen unas necesidades específicas que van más allá de la alimentación y el paseo (la ciencia nos lo confirma a diario) y que a cambio sus aportaciones son muchas más que el simple acompañamiento.
Como ejemplo de estas aportaciones, tenemos a los perros que, habiendo recibido un entrenamiento específico, trabajan en estrecha colaboración con sus formadores para mejorar la vida no solamente de sus propietarios, sino de terceras personas.
Las funciones que pueden realizar son muy variadas y bastante recientes si ponemos en perspectiva la historia conjunta de perros y humanos. Por ello, su estudio todavía arrastra alguna confusión a la hora de definir conceptos fundamentales y nomenclaturas, que intentaremos contribuir a su aclaración en este artículo. Concretamente, éste artículo quiere ser una aportación a la diferenciación entre perros de intervención y perros de asistencia. Las características de cada uno, así como la importancia de conocer bien sus funciones y el entrenamiento que necesitan, es objeto de reflexión en la segunda parte del artículo. Pero primero os queremos sorprender con dos ejemplos ficticios, contados en primera persona por ellos mismos, los perros, que nos ayudarán a contextualizar el tema. ¿Sabríais decir quién es quién?
Me despertó el sonido de unas zapatillas arrastrándose, recorriendo el pasillo con pasos errantes, amodorrados. Max dormía aún a mi lado, plácido. Decidí apurar esos momentos antes de empezar con la mañana, hasta que se encendió la luz:
—Max, vamos, arriba, que hay que ir al cole. —Un suspiro por respuesta y yo ya estaba meneando la cola y dando lengüetazos a todo centímetro cuadrado de su piel que quedaba al descubierto. Y su risa apareció a buscarnos.
Ilustración: Beth Mussull.
—Vamos, vamos chicos, nada de juegos ahora, que vamos a llegar tarde. Sam, venga, que te vas a tu paseo —dijo mamá, dándome unas suaves palmaditas en el cachete, mientras se acercaba con el panel de comunicación de Max.
—Mira Max, ahora vamos a hacer pis, nos pondremos la ropa, después desayunaremos, nos lavaremos la cara y los dientes, después prepararemos la cartera e iremos en autobús al cole, ¿de acuerdo? —relataba mamá.
—¡Saaam, vamoooos! —me llamaba la voz de papá desde el recibidor. Salté de la cama de un brinco y me acerqué trotando hacia él, que sostenía mi collar y mi correa.
—Siéntate Sam, muy bien chico. —Caricia y a la calle. Estos paseos eran un poco apurados siempre, pero me permitían olfatear un rato, saludar a otros perros y hacer mis necesidades. En cuanto tomábamos el camino de vuelta a casa sabía que mi desayuno estaba esperándome, así que tampoco me costaba mucho despedirme de ese primer momento de ocio. Sabía también que después mamá me sacaría a jugar con mis amigos un buen rato y por la tarde repetiríamos, después del cole, acompañados por Max.
Max me esperaba en casa, vestido ya, con mi plato llenito en las manos. Él se encargaba de ponerme la comida todos los días -oí decir a mi entrenadora que así fortalecíamos nuestro vínculo-. Después del desayuno, mamá me llamaba para ponerme el peto, de color azul. Este era mi uniforme de trabajo. Meri, mi entrenadora, me había enseñado que al llevarlo tenía una gran responsabilidad: acompañar a Max. Mientras lo llevaba, no debía andar olisqueando ni debía saludar otros perros. Tampoco era momento de ladrar, saltar o correr, aunque una bandada de palomas echara a volar en mis narices, o que pasara una pelota botando delante de mis ojos. Debía esperar tranquilo cuando así me lo indicasen y caminar al lado de Max, estando ahí para él. Yo sabía que había otros momentos para todo lo demás.
Ilustración: Beth Mussull
El camino al cole lo hacíamos los tres: Mamá, Max y yo. Caminábamos hasta la parada del autobús, mamá llevaba la correa y Max iba agarrado a mi peto. Esperábamos allí hasta que llegaba el nuestro y subíamos. Al principio de estar con ellos, la gente se sorprendía, y hasta había quién reprendía a mamá:
—Señora, no se pueden subir perros en el autobús, por muy bien vestidos que vayan. Mamá iba siempre armada con un montón de papeles que solían aplacar a los quejicas, y la oía explicar que tenemos una ley que nos protege y nos permite subir al autobús a los tres.
Ese día, alguien nos saludó en la parada:
—¡Sandra! ¡Qué alegría verte! ¿Este es Max? ¡Madre mía cuánto ha crecido! ¿Y este perro tan bonito? Ay por favor que achuch…
—No por favor, no lo toques, está trabajando.– Ésta era otra de las cosas que no podían pasar mientras llevase el peto: nadie que no fuese Max o mamá me podía acariciar. Justo en ese instante, cuando mamá iba a empezar a contarle a su amiga todo lo que significaba mi trabajo, llegó el autobús. Max siempre se inquietaba en ese momento. El ruido, el aire que desplazaba el autobús, el montón de gente subiendo y bajando eran cosas que le inquietaban.
—Buenos días, chicos— Saludó el conductor cuando nos vio subir los últimos —Qué bien acompañados vais siempre. Igual me meto dónde no me llaman, pero me da la sensación de que el chaval sube más tranquilo al autobús desde que os acompaña el perro— Mamá asintió con la cabeza mientras sonreía.
Siempre nos sentábamos en los asientos reservados de delante, Max y mamá en las sillas y yo a los pies de ambos, y así pasábamos las cuatro paradas que nos llevaban hasta el cole.
Ilustración: Beth Mussull
Al llegar, bajábamos del autobús y nos acercábamos a la puerta, mamá se despedía de Max y los dos contemplábamos como se marchaba de la mano de su profesora.
—Venga, Sam, vámonos un ratito al parque, que te has portado como un campeón”, me decía mamá mientras me quitaba el peto y yo me sacudía.
—Buenos días, Sandra—Dijo Sol mientras nos acercábamos a ellos. Sam era mi mejor amigo, y yo no podía contener mi alegría al verle, tiraba de la correa para intentar alcanzarle.
Ilustración: Beth Mussull
—Luna, tranquila chica ¿Sandra, nos acercamos un momento al parque para que se saluden?
Después de una breve pero intensa lucha contra la correa, echamos a andar todos en dirección al parque. Me tuve que parar un momento para sacudirme y Sam se contagió. Al llegar al parque, nos pudimos saludar como solíamos hacer: brincos, colas a mil revoluciones por minuto, carreras y nuestro particular “tú la llevas”.
—Quién diría que después estos dos son capaces de ser tan formales, tan cuidadosos como son con los niños.
—Desde luego, yo creo que si las profesoras ven a Luna en este estado alucinarían de saber que es la misma perra que luego está tan tranquila en el aula. Venga Luna, ven, que mira cómo te estás poniendo de babas de Sam.
—Sí, yo también me voy a ir yendo para casa, que tengo trabajo que atender. Nos vemos pronto, Sol. ¡Saaaaam! ¡Veeeeen!
Sam acudió a la llamada de Sandra y yo fui hasta Sol, una breve despedida y nuestros caminos se separaron. Un poco más allá, Sol se paró cerca de un banco, apoyó allí la mochila y sacó unas toallitas y un cepillo. Ya me había cepillado en casa, limpiado oídos, dientes y legañas, pero siempre hacíamos un último repaso antes de entrar en el cole. Las suaves pasadas del cepillo por la espalda, la suavidad de la toallita borrando los rastros de la juerga anterior, mientras Sol me iba relatando lo importante que era para nosotras estar siempre impecables, me relajaron tanto que me dejé llevar por la sensación de bienestar y entrecerré los ojos sintiendo el sol en mi cara. El masaje cesó y volví a la tierra al sonido del bote de las chuches mientras Sol rebuscaba mi peto en la mochila.
Una vez acicalada y preparada, nos dirigimos hacia el colegio.
Ilustración: Beth Mussull
—¡Buenos días, Luna bonita!— Me recibía la profesora del aula mientras me acariciaba agachada frente a mi—Ay, Sol, perdona, a ti también buenos días, siempre te dejamos para el final.
—No importa, Claudia, así es mi vida— Se reía Sol—. Todos sabemos que la estrella aquí es ella, yo solo soy su guardaespaldas.
Una vez saludadas, entramos en el aula, vacía todavía, Sol se descalzó y me soltó la correa. Mientras acomodaba su mochila y la chaqueta en un banco, comentaba con Claudia las últimas consideraciones sobre las sesiones del día y yo olisqueaba por la sala.
No tardarían en llegar los niños y niñas. Hacía ya unos meses que habíamos empezado este programa, y cada vez el equipo formado por Sol, las profes, los chicos y yo estaba más consolidado, todo fluía más. Yo entendía cada vez más qué íbamos a hacer, qué se esperaba de mí, y eso hacía que Sol me permitiera moverme más a mi antojo por la sala, sin dirigirme tanto. Los chicos y chicas también habían aprendido sobre cómo debían tratarme y me daban menos sorpresas.
La puerta se abrió y apareció la directora del colegio.
—Buenos días, ay, ¿puedo acariciarla? No, ¿no? Como lleva el peto…siempre me hago un lío.
Las carcajadas de Sol y de Claudia ante las dudas de la directora estallaron a la vez.
—Sí, sí, puedes acariciarla aunque lleve peto. Ella no es como Sam, él es un perro de asistencia, Luna es una perra de intervención.— Aclaró Sol.
En ese mismo instante oí la voz de la pequeña Olivia que venía junto a Laura, Júlia y Max hacia el aula.
—¡Una! ¡Una!—Me llamaba desde el pasillo. El juego empezaba. Sol y Claudia ya tenían todo listo para la actividad del día y la colección de pelotas que había sobre la mesa me auguraba un rato bien divertido.
Ilustración: Beth Mussull
Sin duda, a primera vista hay muchos parecidos entre el perro de asistencia y el de intervención. El primero es una coincidencia: ambos comparten especie, al igual que todos los demás perros, tengan el desempeño que tengan. Puede parecer una obviedad, pero es importante tener muy presente este hecho evidente. En la práctica, eso es lo que les dota de iguales necesidades básicas, las cuales es importante conocer para optimizar su bienestar en su manejo y cuidado. Entre lo más elemental encontraríamos la alimentación e hidratación, el descanso, la seguridad, sus necesidades de relación con miembros de su misma especie y la satisfacción de la conducta exploratoria. Los humanos deberíamos ser capaces de ofrecerles los elementos y espacios necesarios para poder satisfacer estas necesidades. Al introducirlos en nuestras casas, también se nos hacen prioritarias su higiene y salud, así como la oferta de un trato amable y comprensivo entre ambas especies.
Por tanto, al proponer a los perros para estos trabajos, uno de los objetivos principales debe ser compatibilizar la satisfacción de sus necesidades con su trabajo. Así, tanto el perro de asistencia como el de intervención deben gozar de una buena salud controlada por un veterinario cualificado, de una buena alimentación, agua a disposición, tiempos y espacio de descanso adecuados, momentos para relacionarse con individuos de su misma especie y espacios y momentos para olfatear y observar nuevos lugares y vivir nuevas experiencias. Además, tienen que recibir un trato y un entrenamiento adecuados, velando siempre por el establecimiento de una relación sana entre las dos especies, libre de miedo y violencia. Como cualquier otro perro.
El perro de asistencia está seleccionado y entrenado para una sola persona, para que pueda ser más autónomo gracias a su ayuda y ser menos dependientes de terceras personas. Así, se entrenan las habilidades necesarias para ayudar en esas tareas concretas que la persona no puede desempeñar sola. Se certifican legalmente como unidad de vinculación: un perro es de asistencia únicamente en ese contexto, no de otro modo.
Un perro de asistencia no es un sirviente, y por lo tanto no debería hacer cosas que la persona puede hacer por sí mismo o misma. Durante el rato que está asistiendo a la persona, su nivel de concentración debe ser alto y debe estar entrenado para evitar que se distraiga con otros animales, u otros estímulos que puedan interferir con las conductas que se requieren de él o ella en la propia asistencia. Así, un perro guía no se puede detener a saludar a otro perro cuando está asistiendo a su usuario. Ni un perro de autismo puede pararse a olfatear todos los árboles de camino al colegio. El usuario o usuaria deberá aprender sobre su manejo y cuidados de la mano del entrenador del perro y éste debe concertar, como alguna ley obliga, visitas de seguimiento para comprobar el estado general del animal y el mantenimiento de las conductas y habilidades entrenadas y necesarias para la tarea de asistencia.
Por ley, el perro de asistencia puede acompañar a su usuario en cualquier transporte de uso público o privado, puede acceder a locales, establecimientos, alojamientos, lugares y espacios públicos o de uso público. Excepto: zonas de manipulación de alimentos, áreas de acceso restringido en centros sanitarios o sociosanitarios (por ejemplo, quirófanos), aguas de piscinas o parques acuáticos, y en los parques de atracciones, en el interior de las mismas.
En cambio, un perro de intervención asiste a su guía en las actividades y desempeñan una labor conjunta de apoyo a otro profesional en el caso de la terapia o la educación. Así, el binomio perro-guía puede dinamizar una actividad lúdica en un centro residencial, una biblioteca, un centro educativo, llevar a cabo un acompañamiento en la sala de espera de un hospital, o en un centro residencial de ancianos, etc. Del mismo modo, el binomio puede asistir a un terapeuta ocupacional en un grupo de habilidades sociales en un ala de hospitalización de salud mental, a un profesor de educación especial en una clase donde se enseña contenido curricular, a una enfermera durante la venopunción de un niño o niña en una zona de atención ambulatoria, etc.
En este caso, no hay certificación legal ni oficial en nuestro país por el momento, excepto en la Comunitat Valenciana, donde el “perro de terapia” está incluido en la ley que regula a los perros de asistencia (Como se expuso en el artículo de J.L de Castellví). Es el propio guía que decide someterse o no a la opinión de un evaluador externo.
En cuanto a la accesibilidad pública de los perros de intervención, no gozan de ningún privilegio distinto al de un perro común.
El perro de intervención también tiene momentos de alta concentración, pero en este caso tiene el soporte del guía. Éste tiene que poder anticipar la posibilidad de error y reconducirlo. Todas las conductas y habilidades entrenadas en este caso están encaminadas a facilitar la consecución de los objetivos que los profesionales implicados definan para cada usuario o grupo.
En los dos casos, intervención y asistencia, el entrenador y/o guía deben haber recibido formación específica.
En el caso del instructor de perro de asistencia, éste debe tener los conocimientos sobre la ley vigente (que depende de cada comunidad autónoma), el cuidado y manejo del perro, la selección correcta y su entrenamiento. Tiene que trabajar en equipo con otros profesionales en un centro certificado por la administración competente, en este caso la autonómica. El equipo deberá también evaluar a los usuarios solicitantes y su idoneidad para ser certificados como unidad de vinculación con el perro, una vez esté listo para entregarse.
En el caso del guía, al no haber una ley que lo regule, solo podemos recomendar que la formación sea impartida por una entidad que esté realizando intervenciones asistidas con perros de forma profesional. Los conocimientos mínimos deben abarcar el cuidado y manejo del perro dentro y fuera de la sesión, la selección correcta y el entrenamiento de éste. En este caso, además deberá adquirir los conocimientos básicos para poder entender los requerimientos del profesional con el que trabaje, entrenar su capacidad de trabajar en equipo y la dinamización y manejo de grupos humanos de distintas características y necesidades.
Las comunidades autónomas son las que regulan los tipos, características, derechos y obligaciones de todo lo relativo a los perros de asistencia. Las leyes contemplan en todas las comunidades autónomas tres tipos :
Algunas comunidades autónomas, recogen también estos dos tipos de perro de asistencia:
Pero la especialización, como hemos comentado, no termina ahí, sino que cada perro se entrena para una persona en concreto. Por tanto, son perros superespecializados.
En el caso de los perros de intervención, la especialización está más centrada en el guía y en el tipo de trabajos que éste desempeñe. Así, no hay perro de terapia o de educación, sino perros de intervención que acuden a sesiones de terapia, educación o actividades de ocio. Dicho así podríamos pensar que un mismo perro (o un mismo binomio) vale para todo. Pero el concepto de “perro polivalente” no existe.
Algo tan observable como la apetencia por la actividad física, varía de un perro a otro y en el mismo perro en sus distintas etapas vitales. También su capacidad de gestión de situaciones estresantes, producidas por distintos estímulos, tipos de manejo y exigencias de la propia situación en las sesiones, son variables en cada perro y etapa. Es el guía quien por responsabilidad hacia su compañero, debe averiguar en qué programas y escenarios el animal se siente más agusto trabajando. Cada animal tiene sus preferencias respecto a la población con la que trabajamos, espacios, tipos de actividad, etc. que no duda en indicarnos si le damos la oportunidad de hacerlo. No olvidemos que el bienestar de los participantes en la sesión es principal para que la intervención tenga sentido. El malestar del perro, o incluso su indiferencia hacia el trabajo, hace perder gran dosis de calidad a la sesión. A parte de poner en entredicho la ética profesional del guía.
Tanto los perros de intervención como los de asistencia están en nuestras manos sin haberlo solicitado. Esta generosidad por su parte sólo se puede corresponder con vocación, amor, ética y responsabilidad de todas las personas implicadas en su selección, formación, trabajo y vida.
Aunque este artículo es, sobre todo, fruto de la experiencia profesional y la reflexión compartida con personas con las que he colaborado, como Meritxell Arias (Associació d’Acció Social Discan) y Elisabeth Mussull (Itcan) a las que agradezco su ayuda en la redacción del artículo y la elaboración de las ilustraciones, también recoge la influencia de varias fuentes bibliográficas. Las más destacables se recogen aquí:
Por:
Andrea Galofré
Delegada en Barcelona de Perruneando. Socia fundadora de Comparteam, asociación de guías en intervenciones asistidas con perros.
ilustraciones:
Elisabeth Mussull ( ItCan Intervencions Assistides amb Gos, Itcan)