Masculinidades en el ámbito de los estudios críticos del animal
13/05/2022
13/05/2022
Por:
Claudia Alonso Recarte
Universitat de València
El carácter transversal de las dimensiones teórico-prácticas de la ética animal ha llevado, desde el siglo XIX, pero más marcadamente desde los comienzos del movimiento animalista en el último cuarto del siglo XX, a la correlación entre sistemas de opresión basados en antinomias jerarquizadas. Así, el racismo (basado en el binomio blanco-otredad racial, siendo el segundo componente categoría en la que se incluyen todas las etnias no blancas), el sexismo (hombre-mujer; masculino-femenino) y el especismo (humanos-animales, incluyéndose en el segundo componente cualquiera y todas las especies de animales no-humanos, frente a una única especie dominante) emergen como formas análogas de ejercer el poder sobre el ‘otro’, resultando en la sistematización sociocultural de una relación de subordinación a la que se le ha dado respuesta crítica con toda una suerte de prestigiosos estudios de académicos y activistas.
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La correspondencia entre sexismo y especismo, concretamente, es heredera de la magnífica exposición argumentativa de Carol Adams, que, desde The Sexual Politics of Meat (1990) y pasando por The Pornography of Meat (2003) y toda una lista de artículos y publicaciones especializadas, ha ido definiendo los paradigmas discursivos que innegablemente muestran los paralelismos en la representación de mujeres y animales no humanos como objetos de consumo. Junto a su voz se han de tener en cuenta las de otras mujeres cuyo acercamiento a la cuestión del animal no humano desde la perspectiva de género ha ido articulando la identidad del campo del ecofeminismo y de la crítica feminista. Carolyn Merchant (1990), Val Plumwood (1993), Karen Warren (2000), Donna Haraway (1989; 1991; 2007), Lori Gruen (2011), Marti Kheel (2008), Greta Gaard (2010), y Josephine Donovan (2016), entre otras, así como Alicia Puleo (2011) y su discípula Angélica Velasco Sesma (2017) en el panorama español, han obrado, cada una desde su formación y perspectiva crítica, por continuar investigando sobre las conexiones entre la otredad de género y la otredad animal en el contexto de la cultura occidental. Habiendo claramente diferencias que otorgan a cada uno de sus acercamientos una singularidad distintiva, no obstante, podríamos afirmar que existen ciertas acepciones e ideas tácitas desde las que parten sus obras, que podrían resumirse de la siguiente manera:
La labor de estas intelectuales, en consonancia con los cambios y estrategias de reforma política que abogan por la igualdad de género y reconocen la victimización de la mujer en ciertos espacios, han supuesto un notable avance en la aceptación del discurso que equipara al sexismo con el especismo, si bien queda aún mucho por hacer al respecto.
Llegados a este punto y reconocidos los logros y el continuado potencial de la perspectiva del (eco)feminismo dentro de la ética animal, cabe preguntarse por qué puede resultar de interés abordar la cuestión animal desde el campo de los llamados ‘estudios de la masculinidad’ (masculinity studies) que han venido desarrollándose, de manera interdisciplinar, en el contexto académico anglo-norteamericano en los últimos años. Aunque el estudio de masculinidades siempre ha formado parte inherente al ámbito científico y humanístico, la influencia de la segunda y tercera ola del feminismo ha permitido un préstamo de conceptos teóricos e instrumentos exegéticos mediante los cuales abordar las múltiples prácticas discursivas y performativas que definen la extensa variedad de maneras por las que se articulan, a nivel sociocultural, las masculinidades (siendo especialmente relevante la asimilación de su pluralidad, frente a la constricción del constructo de ‘la masculinidad’, en singular). Frente a una masculinidad hegemónica que difumina las variables por las que identificarse como ‘hombre’ con el objetivo de erguirse y reafirmarse como fuerza dominante sobre lo ‘femenino,’ los estudios de las masculinidades ofrecen múltiples perspectivas para interpretar los cuerpos y discursos masculinos tal y como se determinan y desenvuelven según los espacios físicos, psicológicos y sociales en los que se hallen. Así, desde ramas de conocimiento tan dispares como la sociología, la antropología, las ciencias políticas, la psicología, la biología, la filología, la historia o los estudios culturales, especialistas de renombre como Michael Kimmel (2006; 2007; 2010), Jeff Hearn (2015), R. W. Connell (2000), Josep Maria Armengol (2014) o Lucas Gottzén, Ulf Mellström y Tamara Shefer (2020), entre otros, han deconstruido las representaciones de las masculinidades en intersección con otros marcadores identitarios, con el fin de continuar apoyando una evolución social hacia la igualdad en políticas de género que visibilicen y normalicen la diversidad.
Hasta la fecha, no obstante, no son demasiados los estudios de género que se han aventurado en el terreno de los estudios críticos del animal (critical animal studies) lejos de la sombra del (eco)feminismo, a pesar de que la transversalidad de los estudios de la masculinidad no supone ninguna incompatibilidad con sus preceptos, pues toma como punto de partida las mismas ideas tácitas listadas anteriormente. Podemos destacar aquí la obra de Brian Luke, Brutal: Manhood and the Exploitation of Animals, publicada hace ya quince años, donde prácticas culturalmente desarrolladas como propias de los hombres (el autor presta especial atención a la caza y a la vivisección) son analizadas minuciosamente con el fin de arrojar nueva luz sobre las técnicas de representación que refuerzan la doble instrumentalización de mujeres y animales no humanos. También merece la pena mencionar estudios aislados, como el de Richard A. Rogers (2008), en su tarea de describir cómo la publicidad televisiva de conocidas marcas de consumo perpetúa el mito de un hombre insaciablemente carnívoro para vender sus productos. Más recientemente conviene reseñar la investigación llevada a cabo por Angus Nurse (2020), que relaciona, desde el campo de la criminología, los llamados ‘crímenes de masculinidad’ con el maltrato animal, ya sea en el contexto doméstico, de relaciones afectivas, o con respecto a animales silvestres; o la obra del antropólogo Matthew Gutmann, que en ciertos capítulos de su llamativamente titulado Are Men Animals? How Modern Masculinity Sells Men Short (2019), retoma el debate sobre el peligro de los discursos que usan los esencialismos biológicos para definir lo normativamente masculino, sirviéndose de recientes estudios en etología y primatología. También cabe destacar el número especial sobre ‘zoomasculinidades’ de la prestigiosa revista Men and Masculinities, coeditado por Ignacio Ramos Gay y la autora del presente texto (2020), donde se publicaron, entre otros, estudios sobre representaciones de masculinidades y animales no humanos en la literatura, en el teatro y en la cultura popular. Por su parte, el consumo de carne continúa siendo especialmente relevante (Lax & Mertig 2020); el fenómeno del heganism como matrimonio entre el veganismo y la masculinidad hegemónica se ha convertido en un controvertido tema de interés para los investigadores de género y de estudios animales (Wright 2015, pgs. 107-129; Greenebaum & Dexter 2018); y se avanza en la investigación sobre la interseccionalidad entre masculinidad, etnia y veganismo (Adewale 2021). Y es que son precisamente los análisis especializados de esta índole los que permiten entender los múltiples significantes que se entrelazan en el complejo aparato cultural que sostiene la fuerte relación entre identidad masculina y explotación del animal no humano, al tiempo que permiten ahondar más allá de la masculinidad hegemónica con el fin de visibilizar formas alternativas mediante las cuales los hombres interactúan con la otredad animal, ya se encuentren estos vivos o procesados y preparados para su consumo.
Así, cuestionar los tipos de masculinidades que acompañan los debates de bienestar o derechos de los animales no humanos es indispensable para trazar la progresiva desestabilización de la lógica de dominación del hombre sobre la mujer, permitiéndonos examinar lo que Derrida (1991; 2008) tan decorosamente llamó ‘carnofalogocentrismo’, esto es, el esquema mediante el cual el hombre consume literal o simbólicamente al ‘otro’ por el orificio de la boca (mediante el despiece, la ingesta y el lenguaje), a la vez que refuerza el estatus del falo. Pero también nos sirve para visibilizar la labor de hombres que, lejos de sentir que su virilidad depende de su tratamiento ‘racional’ de la subjetividad y sintiencia animal (frente al tratamiento ‘emocional’, tradicionalmente entendido como propio de las mujeres), de su consumo de carne o productos derivados de animales no humanos, o de su supuesta naturaleza depredadora, ofrecen modelos constructivos de cuidado del animal no humano. Por poner un ejemplo, más allá de las voces conservacionistas (no exentas, a su vez, de algunas críticas provenientes del ámbito animalista) de figuras como Jacques Cousteau, Félix Rodríguez de la Fuente o el aún mediáticamente prolífico e incansable David Attenborough, el género documental se ha abierto terreno hacia el activismo y la denuncia de prácticas de maltrato animal de la mano de otro tipo de figuras que han llamado la atención del público y cuya labor ha ido más allá de la de figurar como mero narrador o productor de los filmes. Por supuesto, el trabajo de mujeres en este sub-género ha sido indispensable en los últimos años (recordemos, ante todo, cintas tan esenciales como Blackfish de Gabriela Cowperthwaite o The Ghosts in Our Machine de Liz Marshall, ambas de 2013), si bien es verdad que su presencia resulta a veces ensombrecida por la gran participación de hombres cineastas y documentalistas involucrados en la causa.
En cualquier caso, conviene aquí reparar en el hecho de que los documentales ‘activistas’ forman parte de esa creciente visibilidad de un nuevo paradigma de masculinidades que con fuerza se han abierto hueco en la cultura mainstream, ayudando así a re-educar sobre la empatía, el cuidado y el respeto hacia los animales no humanos.
El galardonado Joaquin Phoenix, que sorprendió con su discurso vegano al recoger su Óscar a mejor actor masculino en 2020 por su interpretación en la cinta Joker, puso su celebridad al servicio de diversos proyectos contra el maltrato y la explotación animal, siendo el más reconocido su colaboración con Shaun Monson para la escalofriante (pero muy necesaria) Earthlings (2005). El documentalista Louis Psihoyos dirigió y formó parte del también memorable The Cove (premiado con el Óscar a mejor documental de 2010), cuya denuncia de la sangrienta masacre de delfines en Taiji (Japón) se construyó siguiendo técnicas de suspense propias de un thriller a la vez que recalcaba la inefable tragedia de la matanza anual.
Y de nuevo, en 2020, el Óscar al mejor documental se lo llevó un film con tonos más allá de la vertiente ecologista – una cinta donde la relación personal y afectiva entre un hombre y un ser tan remoto al mismo como lo es una hembra de pulpo se convirtieron en el eje narrativo de una historia de comunión entre especies basada en el respeto: My Octopus Teacher, dirigida por Pippa Ehrlich y James Reed, se sirvió de la anagnórisis vital narrada por Craig Foster para ofrecer un atisbo de esperanza, para darnos el empujón que necesitamos para cambiar de actitud y parpadear con ojos nuevos. Este modelo de masculinidad, en sintonía con una hembra de molusco cuya teleología y cuyos intereses son descifrados por el discípulo humano, convirtió el bosque de algas que fue su hábitat común en metonimia del planeta amenazado por el Antropoceno. Estos tres famosos ejemplos de modelos de masculinidades proactivas en la redefinición de las relaciones ‘humanoanimales’ son sintomáticos de los crecientes cambios mediante los cuales negociamos nuestras identidades de género con respecto a las identidades de los animales no humanos. Servirse de las metodologías propias del campo de los estudios de la masculinidad no puede sino mantener activos los discursos sobre la ética animal, permitiéndonos nuevos acercamientos a la figura del hombre como perpetuador o cómplice en la explotación, o como figura antagónica al sexismo y al especismo que tanto han contribuido a la articulación de la masculinidad hegemónica.
Adams, Carol J. The Sexual Politics of Meat: A Feminist-Vegetarian Critical Theory. Continuum, 1990.
—. The Pornography of Meat. Continuum, 2003.
Adewale, Omowale. Brotha Vegan: Black Men Speak on Food, Identity, Health, and Society. Lantern Publishing, 2021.
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—. The Animal That Therefore I Am, editado por Marie-Louise Mallet, y traducido por David Willis. Fordham University Press, 2008.
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Velasco Sesma, Angélica. La ética animal. ¿Una cuestión feminista? Ediciones Cátedra, 2017.
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